miércoles, 1 de mayo de 2013

David Purley, un piloto de otra época



La formula 1, como todo el deporte en general, ha sufrido - y digo bien, sufrido - una profesionalización extrema a partir de la década de los 90. En el momento en que los intereses económicos (de deportistas, equipos y patrocinadores) han alcanzado cierta masa crítica, no hay lugar a lo inesperado, algo que debería ser la esencia de todo auténtico espectáculo deportivo. Ganan los que tienen que ganar, salvo en muy contadas ocasiones. Es por ello que los tiempos actuales hacen más grande aún la figura de David Purley.

Purley corrió en fórmula 1 en las temporadas 1973, 1974 y 1977. Era otra época, en la que tenían cabida equipos casi amateurs y en la que personajes de la jet-set se daban el lujo de pagarse un asiento en una escudería. Una época en la que los pilotos verdaderamente se jugaban la vida en cada carrera, pilotando bombas sobre ruedas en circuitos similares a una carretera nacional revirada.

Hijo de un empresario inglés de éxito, David se alistó en el ejército, formando parte del cuerpo de paracaidistas. Sufrió su primer accidente serio cuando su paracaidas falló durante unas maniobras. Una vez retirado, siendo joven, adinerado y amante del riesgo, el automovilismo de aquella época debió ser una idea lo suficientemente atrayente para él. Empezó a probar en algunas carreras de diversas categorías, cosechando sus mejores éxitos en la Fórmula 3, competición en la que participaba con un equipo propio - es lo que tiene andar sobrado de dinero- en la que llegó a batir al futuro campeón del mundo de F1 James Hunt.

Debutó en la F1 en 1973 a los mandos de un March 731 de inscripción privada. En aquella época era posible alquilar un monoplaza a un equipo oficial para correr de forma autónoma algunos grandes premios aislados. Vamos, igualito que hoy en día. 

Aquel mismo año se produjo el suceso por el que David Purley pasó a la historia. Fue en el gran premio de Holanda, en el circuito de Zandvoort. Purley partía desde una posición muy retrasada de la parrilla, apenas unas cuantas posiciones por detrás de Roger Williamson, piloto del equipo oficial March y amigo de Purley. Williamson, tras padecer problemas en la salida, había adelantado posiciones y rodaba a buen ritmo, cuando un reventón de un neumático en la curva más rápida del circuito lo expulsó de la pista contra las vallas de protección, arrastrando su vehículo durante centenares de metros. El monoplaza quedó boca abajo y en llamas. Los comisarios de pista ni reaccionan a tiempo, ni están debidamente formados y equipados.

Purley, al alcanzar la zona del siniestro y viendo la gravedad del impacto, ni corto ni perezoso detiene su monoplaza y cruza la pista en busca de Williamson. Dicen que al llegar Williamson no había resultado herido de consideración, pero estaba atrapado y pedía auxilio para salir del monoplaza que empezaba a arder. Las imágenes de Purley tratando de dar la vuelta al monoplaza, intentando sofocar el fuego con un extintor que extrajo de las incompetentes manos de los comisarios, son sobrecogedoras. Todos sus intentos fueron en valde: el monoplaza empezó a arder con Williamnson en su interior, ante la desesperación de Purley, que acabó sentado a un lado de la pista, llorando.


Las imágenes del accidente hablan por sí solas del tipo de deporte que era la F1 de los 70: los comisarios no estaban equipados con trajes ignífugos, por lo que no se atrevían a acercarse al accidente: Purley fue el único que se arriesgó a empujar un auto que podía explotar en cualquier momento. Durante los primeros minutos, en los que el fuego era escaso, dos o tres hombres podrían haber dado la vuelta al monoplaza y rescatar a Williamson, pero Purley no pudo hacerlo en solitario. Los espectadores que estaban cerca trataron de saltar a la pista para ayudar, pero en eso no falló la organización: los cuerpos de seguridad lograron impedirlo. Para cuando llegaron los bomberos, Williamson había fallecido. La carrera no se detuvo en ningún momento, la muerte era parte necesaria en el circo de la F1.

El fotórgrafo Cor Mooij obtuvo varios galardones internacionales por las instantáneas que tomó del acto heroico de Purley, el cuál a su vez recibió la George Medal de Reino Unido en reconocimiento a su valentía.







Purley continuó corriendo algunas carreras aisladas. Su fama de temerario y superviviente se vió alimentada por un gravísimo accidente en los entrenamientos del GP de UK de 1977. Directamente se empotró contra un muro a 173km/h, un muro solido de los de la época - nada de neumáticos o protecciones elásticas - que sólo cedió 66 cm antes de detener el monoplaza en seco. Se calcula a Purley debió soportar una desaceleración aproximada de 180G (1 G = la aceleración que provoca la gravedad terrestre), la que se considera como la más elevada a la que un ser humano ha sobrevivido (Robert Kubica, en su famoso accidente en Canadá 2007, se estima que soportó 75G). David sufrió múltiples fracturas y superó varias paradas cardiorespiratorias.

Purley falleció años más tarde, en 1985, en un accidente cuando pilotaba un avión. Un digno final para un auténtico piloto de los de antes, de los que corría por el puro placer - o necesidad - de buscar los límites de su existencia. Desde entonces, sólo he visto a otro piloto tener una reacción similar en ayuda de un compañero, el gran Senna en 1992.


Según palabras de Eric Comas, el piloto auxiliado, Senna le salvó la vida al apagar el motor de su monoplaza e impedir una posible explosión. Seguramente exageraba, pero el gesto de Senna contribuyó a agrandar su leyenda. No lo necesitaba.


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