lunes, 29 de abril de 2013

Senna y Prost, Mozart y Salieri


Inauguro este blog rememorando uno de los duelos más antológicos de la formula 1 de los años 80-90: Prost vs Senna. Estos dos extraordinarios pilotos interpretaron su papel en una lucha cien veces repetida a lo largo de la historia: la lucha de Salieri y de Mozart.

Prost era la perfección al volante. Debutó en el mundial de formula 1 en el gran premio de Argentina de 1980 a los mandos de un Mclaren-Ford, la escudería en la que cosecharía sus principales éxitos. Entre 1981 y 1983 correría para la escudería Renault, por eso del chauvinismo francés, al que no le valía con tener una escudería puntera en la máxima categoría del automovilismo, sino que quería lograr el campeonato del mundo con una tripleta chasis-motor-piloto 100% gala. Y casi lo lograron. Tras dos temporadas en las que Prost logró varias victorias, llegó al último gran premio de la temporada 1983 con opciones de victoria. Un fallo de su monoplaza otorgó la corona a Nelson Piquet, y enturbió las relaciones con la escudería del rombo, propiciando su retorno a la escudería de Woking.

En su regreso a Mclaren Alain Prost se encontró con un compañero incómodo, el - en aquel entonces -bicampeón mundial Niki Lauda, toda una leyenda del automovilismo, entre otras cosas por un accidente en el que casi fallece y que dejó su rostro marcado de por vida (esperemos que el próximo estreno de la película "Rush" haga justicia a la legendaria temporada 1976, la de la lucha Lauda-Hunt, otra rivalidad que daría para un post). Prost volvió a brillar esa temporada, pero acabó perdiendo la corona por medio punto, la distancia más corta entre campeón y subcampeón de la historia de la fórmula 1.

Ay, ese medio punto... Merece la pena detenerse en ese medio punto. ¿Cómo era posible obtener medio punto en un gran premio? Sucedió en el gran premio de Mónaco de esa temporada. La carrera se disputó bajo un fenomenal aguacero (recomiendo ver la carrera completa con la retransmisión original aquí). Prost partía de la pole, pero fue superado transcurridas unas vueltas por un impetuoso Nigel Mansell, a los mandos del precioso Lotus patrocinado por la tabacalera John Player Special. Y, como otras tantas veces en su carrera, Mansell cometió un error perdiendo el control de su vehículo en la subida que lleva al Casino, dañando su monoplaza de forma irremediable (otra vez, la imagen de Mansell llevándose las manos a la cabeza). La victoria estaba servida en bandeja, y para mayor alegría del piloto francés, Niki Lauda sufría un accidente que le apartaba de los puntos. Pero cuando parecía que la carrera estaba sentenciada, algo empezó a llamar la atención de los aficionados: uno de los pilotos debutantes de aquel año, conduciendo un auténtico artefacto (el Toleman-Hart, la escudería que más tarde sería el embrión de Benetton), estaba rodando a un ritmo absolutamente inasequible para cualquier otro piloto en pista. Cuanto más llovía, más diferencia marcaba con sus rivales, llegando a meter 4 segundos por vuelta a sus competidores y, más importante aún, siendo capaz de rebasar pilotos en las angostas calles del principado como si estuviese en la pista de un aeropuerto. Era Ayrton Senna, en su puesta en escena para el aficionado al motor, haciendo una de las cosas que más le caracterizaron como piloto: volar sobre la pista mojada.

Pese a la enorme distancia que le separaba de Prost, Ayrton no se conformaba con permanecer en segundo puesto, un resultado que para un debutante como él y una escudería como Toleman, era una auténtica proeza. Senna quería la victoria, se sabía superior a sus rivales. Y a fe que casi lo logra: habría sido así si la dirección de carrera, viendo que la lluvia arreciaba, no hubiese decidido suspender la carrera, apenas unos instantes antes de que Senna diese caza a Prost. El piloto francés veía así asegurada su victoria.
Prost debió tomar buena nota de las habilidades del joven brasileño ese día. Y Senna tuvo su primer motivo para despreciar a Prost: el piloto que con un monoplaza muy superior al suyo sólo pudo lograr la victoria por una decisión "política". Sin embargo esta victoria acabaría saliendo cara al piloto francés: el reglamento decía que si la carrera se suspendía sin haberse completado, los pilotos obtendrían la mitad de los puntos en juego. Si la carrera se hubiese completado, Prost habría sido campeón del mundo al final de la temporada, aunque hubiese acabado por detrás de Senna en Mónaco. Curiosa coincidencia, amarga victoria.

El año siguiente (1985) representó la consagración de Prost a los mandos del competitivo Mclaren MP4/2. Tras dos subcampeonatos, por fin obtuvo una clara victoria en el mundial. A su vez, Senna accedía a una escudería competitiva: Lotus. En su segunda carrera obtenía pole y victoria, nuevamente bajo la lluvia, a más de 1 minuto del segundo clasificado, Michele Alboreto y su Ferrari. El piloto brasileño no disponía de material para aspirar al título, pero dejó un recado a sus futuros rivales: 7 poles en un año, más que el campeón del mundial de aquel año, Prost.

En 1986 Prost repitió título, probablemente el más meritorio de su carrera al obtenerlo en la última prueba del campeonato frente a dos extraordinarios pilotos - Nelson Piquet y Nigel Mansell - al volante de un no menos extraordinario monoplaza, el Williams-Honda FW11. El desenlace de aquella temporada dejó para el recuerdo el espectacular reventón del neumático trasero de Mansell que decidía la suerte del título. En 1987 la superioridad de Williams fue excesiva para Prost y su vetusto Mclaren-Porsche, una gran monoplaza antaño pero que no podía ofrecer resistencia a los potentes motores japoneses.

En 1988 se produce una conjunción de los astros que no volvería a repetirse en la historia de la fórmula 1: la mejor escudería (Mclaren) construyó el mejor monoplaza (el MP4-4 diseñado por Gordon Murray), lo equipó con el motor más puntero (el Honda que había dominado el mundial en las dos últimas temporadas) y, lo más importante, lo puso en manos de los dos mejores pilotos: Prost y Senna. El brasileño había adquirido experiencia durante tres años en Lotus, en los que logró victorias memorables como la de Jerez'86 por tan sólo 0,014s frente a Mansell y su Williamns. La temporada 88 fue un puro monólogo de Mclaren-Honda. Logró 15 victorias de 16 posibles, repartidas casi a la par por los talentosos pilotos del equipo: 7 para Prost, 8 para Senna. Al fin, los dos mejores pilotos competían con idénticas oportunidades. La tensión era inevitable: una maniobra muy agresiva de Senna defendiendo su posición en Portugal frente a Prost fue la excusa que necesitaban para desatar su animadversión. El título fue para el piloto brasileño, gracias al sistema de puntuación empleado aquella temporada que obligaba a contabilizar los 11 mejores resultados, pese a obtener menos puntos que el francés.

Para aquellos que piensen que Prost era un piloto mediocre, les recomiendo ver el gran premio de Francia de aquella temporada. El piloto francés se mostró consistentemente más rápido que su rival y, pese a perder el liderazgo en una pit stop, logró recuperarlo con un adelantamiento inteligente, muy al estilo Prost, que reproduzco a continuación.



La temporada 1989 vería nuevamente el dominio de Mclaren y la constatación de una rivalidad - la de Prost y Senna - que ha pasado a la historia del deporte. La tensión existente entre ambos pilotos se extendió dentro la escudería, con acusaciones mutuas de trato de favor. Y trascendió el ámbito doméstico: todo el paddock se posicionó al respecto, todo aficionado tomó partido.

Prost era un piloto mucho más meticuloso que su rival, extraordinario en la puesta a punto de los monoplazas y en el trabajo técnico junto a los ingenieros, regular, poco dado a la precipitación, capaz de gestionar relaciones con el entorno político del gran circo. Senna era simplemente más rápido.

Y para el aficionado, el más rápido es el mejor. Senna era un personaje más mediático, impulsivo, ganador y de gran fervor religioso. Ingredientes que le permitían conectar con las masas. El virtuosismo de Senna al volante era tal, que el aficionado de a pie veía a Prost como un piloto lento - cuando a lo largo de su carrera había demostrado su gran velocidad en carrera, batiendo a compañeros de equipo muy dotados para el pilotaje como Arnoux o Lauda - y manipulador, capaz de vencer únicamente por fallos del rival o por tejemanejes fuera de la pista.

El desenlace del mundial acabó de fijar los roles de cada piloto. En Japón Senna salía desde la pole y debía ganar para aspirar al mundial. Prost sale mejor y ocupa la primera posición. A media carrera, Senna da alcance al piloto francés e intenta un adelantamiento por el interior. Prost, el piloto que nunca erraba y que evitaba a toda costa el contacto, cierra sin miramientos al piloto brasileño. Fuera de la pista ambos pilotos en primera instancia, Senna logra que los comisarios le empujen, regresa a la carrera y vence. Fue inútil: lo descalificaron por recibir ayuda y por saltarse una chicane. Se desata una feroz polémica. Senna se siente estafado, acusa a Prost de cerrarle premeditadamente y a Balestre, presidente de la FIA, de proteger a su compatriota francés. Prost a su vez reclamó un apoyo más firme de Ron Denis, el patrón de McLaren, apoyo que no obtuvo: Ron, y especialmente Honda, no querían perder a la joven perla brasileña. La polémica se saldó con el título para Prost, y con su salida hacia Ferrari.

Cuando parecía que era imposible alcanzar más tensión, la temporada 1990 nos brindó una nueva entrega del serial protagonizado por ambos pilotos. Y una demostración de lo extraordinario piloto que era Prost. Llegando a una desnortada y siempre caótica escudería de Maranello, logró evolucionar el Ferrari 641 diseñado por Barnard para aquella temporada, llegando a la penúltima carrera - nuevamente Japón - con opciones de ser campeón. Senna partía de la pole y Prost en la segunda plaza. Senna reclamaba salir desde el lado limpio de la pista pero su petición fue denegada (según palabras de Senna, por obra y gracia del mismísimo Balestre nuevamente) . Los temores de que se reprodujesen los incidentes entre ambos se tornaron certezas. Prost sale por delante de Senna y éste le embiste en la primera curva, en lo que a su juicio era la justa revancha por el final de 1989. Título para el brasileño y nueva polémica, en la que la FIA decide no actuar.

Si decíamos anteriormente que 1986 fue probablemente el campeonato más meritorio para Prost, probablemente 1990 fue el campeonato mejor trabajado por Senna. Sí, nuevamente disfrutó de un auto competitivo, el Mclaren MP4/6B, pero tuvo que hacer frente al binomio que amenazaba con dominar la F1 de las próximas temporadas: el Williams-Renault de Nigel Mansell. Fue un campeonato disputado en el que durante varias fases el Williams se mostró más competitivo que el Mclaren. Aún así Senna logró imponerse. ¿Y Prost? Volvió a la cruda realidad de la escudería italiana: el caos, las luchas internas, la falta de liderazgo técnico... dieron como resultado un bólido, el Ferrari 642, incapaz de vencer ni una prueba en todo el campeonato. Unas declaraciones del piloto francés críticas con su escudería acabaron con su despido fulminante a falta de una carrera para finalizar la temporada, y en la retirada temporal del piloto francés.

Paradójicamente, la ausencia del campeón francés no se tradujo en un 1992 plácido para Senna. Williams había logrado concretar su pujanza de años anteriores en un monoplaza que iba a cambiar la F1: el FW14, el primer monoplaza con unas suspensiones activas realmente efectivas. Senna se quejó amargamente de que aquel coche prácticamente iba solo, que mataba la habilidad del piloto. Pese a este dominio, Senna se hizo con 3 victorias, pero llegó a la conclusión que no podía aspirar a un cuarto campeonato mientras Williams dispusiese de semejante ventaja tecnológica. La salida de Honda de la F1, además, dejaba a Mclaren sin un aliado estratégico para el futuro. Si Senna quería ganar, debía fichar por Williams para la temporada 1993.
Pero Williams ya tenía un contrato firmado para la siguiente temporada... con Prost! que retornaba así a la F1. Esta vez Prost no quiso asumir riesgos, y exigió en su contrato un veto al fichaje de Senna. Éste intentó convencer a Frank Williams para que contase con él, incluso se ofreció a correr de forma gratuita: fue imposible, Prost había blindado su puesto para aquel año. Senna llegó a tildar a Prost públicamente de cobarde en una rueda de prensa. El papel de "Salieri" de Prost era más evidente que nunca, a ojos del aficionado era el piloto que manejaba la "corte", pero que temía el talento de Senna hasta el extremo de rehuir un enfrentamiento en igualdad de condiciones. En beneficio de Prost es posible decir muchas cosas, aunque el aficionado de a pie no sepa valorarlas. Prost sabía que su principal arma contra Senna era su habilidad en la puesta a punto y en el desarrollo de monoploazas. Tener a Senna en su equipo no sólo representaba igualdad en los materiales, sino que facilitaba a Senna el acceso a su telemetría, a su don como probador de monoplazas. Prost no quería volver a pasar por el calvario de las temporadas anteriores en Mclaren junto al carioca . De hecho se había planteado seriamente una retirada definitiva, pero la tentación de obtener un cuarto título mundial era irresistible. Williams era esa oportunidad, y además junto a un piloto comparsa que no le ofrecería resistencia: el futuro campeón del mundo Damon Hill, hijo del grandísimo Graham Hill.

La temporada 1993 fue exactamente como se esperaba: dominio de Prost y su Williams, y lucha denodada de Senna y su Mclaren-Ford (un motor poco competitivo en aquel momento). Aún así esa temporada dejó para el recuerdo la que fue, a mi parecer, la mejor vuelta de Senna - y posiblemente de cualquier otro piloto - en un gran premio: sucedíó en Donnington Park y, como no, con pista mojada.

Senna salía 4º pero perdía su posición en la salida con Wendlinger y su Sauber, taponado por un jovencísimo Shumacher y su Benetton. Antes de completar la primera vuelta Senna había alcanzado la primera posición - que no abandonaría - adelantando al propio Shumacher, a Wendlinger, a Hill y a Prost. Parecía correr con un vehículo diferente, su trazada no se parecía a la de ningún otro piloto, realmente Senna bailaba sobre la lluvia. Ver esa vuelta de Senna, frente a rivales como Prost o Shumacher da una idea de la dimensión de Senna como piloto, y explica porque muchos de los pilotos de la F1 no dudan en considerar al piloto brasileño como el más grande, el mejor de la historia, pese a no ser el que obtuvo más victorias ni más campeonatos.



Al finalizar la temporada Prost se retira, poniendo fin a la rivalidad más enconada de la historia de la F1. Parecía haberse quitado un peso de encima: lograr el cuarto campeonato, vencer a Senna. Prost tenía un año más de contrato, pero dicen que la claúsula que impedía a Senna fichar por Williams sólo era válida para el primer año. Sea por temor de Prost a enfrentarse nuevamente a Senna en igualdad, o por el hastío del piloto francés, aquí acababa la carrera del segundo piloto más laureado de la historia, sólo superado por Michael Shumacher.


Y efectivamente, ya sin Prost, Senna firmó por Williams en 1994. Todo hacía augurar un binomio dominador, pero las cosas no empezaron bien para el brasileño. Un cambio en la normativa ideado para limitar el uso de suspensiones activas afectó seriamente a la competitividad de Williams, y un sorprendente Benetton-Ford, en manos de Shumacher, parecía haberse adaptado mejor al nuevo reglamento. Senna se quejaba del comportamiento de su monoplaza, pero aún así lograba ser el más rápido en calificación en las 3 pruebas inaugurales del campeonato. No pudo terminar ninguna de ellas. En la tercera, Imola, se produjo el accidente que le costó la vida y sobre el que tanto se ha escrito. El último accidente mortal de la F1 se había llevado por delante al piloto más talentoso de la historia.

Esta historia tiene un final digno de tamaña rivalidad: un funeral de estado para Senna al que asistieron, entre otros, el mismísimo Alain Prost. Seguramente el piloto francés, como grandísimo piloto y profesional que era, admiraba secretamente al carioca, con la misma intensidad con la que lo odiaba. Algo parecido a lo que Salieri debía sentir por Mozart.